Historia religiosa: Los Franciscanos en las islas Canarias en los siglos XIV y XV.

Señaló en 1959, hablando de los conventos franciscanos de la Misión de Canarias, el estudioso Sancho de Sopranis que "Parece cosa bien establecida que la evangelización de las islas Canarias se debió en su mayor parte a los Religiosos de la Orden de San Francisco, provenientes de la provincia de Castilla..."

Pues bien, tradicionalmente, la Orden Franciscana se ha organizado corporativamente en dos familias o ramas: el Vicariato General Cismontano y el Vicariato General Ultramontano. El primero, quizá el más numeroso, tiene su origen en tierras italianas, y se ha encargado de sostener y mantener la custodia de los santos lugares, es decir, la Misión de Tierra Santa (templos en Israel y Palestina), y que fue confiada por el Papa Eugenio IV en 1433 y que se mantiene hasta la actualidad. El segundo Vicariato se vino a sentir más vinculado con la expansión atlántica de los reinos ibéricos, y hubo de asumir la responsabilidad de plantar el cristianismo en los nuevos territorios vinculados a los reinos de Portugal y Castilla.

LA MISIÓN FRANCISCANA DE CANARIAS.- La Misión se expandió durante los siglos XIV y XV por las islas del Atlántico. Según ha podido estudiar el investigador García Oro, la primera gran plataforma misionera se formó en las islas Canarias. Se trata de un descubrimiento atlántico que conmovió la Europa cristiana del siglo XIV. Descubiertas por los mercaderes genoveses, llega la noticia a la misma corte Pontificia, en donde se promueven reiteradamente planes de conquista militar y espiritual para vincularlas definitivamente a la Cristiandad. En este periodo, intervienen, visitando las islas comerciantes genoveses, mallorquines y catalanes, acompañados de frailes inquietos que sueñan con la aventura misionera en tierra de infieles o paganos.

En efecto, en la segunda mitad del siglo XIV, Canarias es un escenario por el cual desfilan comerciantes cristianos comprometidos con la obra misional, seglares mallorquines y catalanes, eremitas y frailes mendicantes, y finalmente misioneros seglares que son los mismos canarios traídos a Mallorca y Barcelona por los misioneros franciscanos, y, vueltos a su tierra en plan de catequistas. Al respecto, véase nuestro artículo sobre la influencia del Reino de Aragón en las islas y la creación del Obispado de Telde en el año 1351 por el Papa Clemente VI, y que puedes consultar en el siguiente enlace:

La Corona de Aragón y las islas Canarias

Pero la verdadera histórica orgánica de la misión Franciscana en las islas Canarias comienzo con el siglo XV, siendo el año 1404, según el más seguro punto de partida, como ha podido estudiar el profesor A. Rumeu de Armas.

Establecida la diócesis de Rubicón en Lanzarote (1404) y fundado el primer convento franciscano, el de San Buenaventura (1414) en Fuerteventura, prelados y franciscanos misioneros rivalizarán en la abnegada tarea de convertir a los aborígenes canarios sin otras armas de persuasión que la predicación, el sacrificio y el ejemplo.

Ya en el siglo XIV, los misioneros, de origen mallorquín y catalán, lograron establecer lugares de oración, uno de los cuales se ubicó en Telde (Gran Canaria), donde consiguieron edificar una Casa de Oración, a lo que los aborígenes denominaron en su lengua Almogarén. Se trataba de los intentos de transmitir el mensaje evangélico por medios pacíficos, a través de la convivencia amistosa con los naturales, excluyendo toda violencia y toda actitud de rapiña o piratería. El éxito coronó de tal manera los esfuerzos misioneros, que en el plazo de una década estaba cristianizada la mayor parte de la población aborigen de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro, y habían realizados intentos en La Gomera y Gran Canaria.

Pero es en el año 1416, cuando nace orgánicamente la Vicaría Franciscana de Canarias en la isla de Fuerteventura, independiente del obispado de Rubicón que ya se había creado en Lanzarote años antes. Esta Vicaría se funda por decisión del Papa Pedro de Luna, alias Benedicto XIII, que se encontraba confinado espiritual y físicamente en el castillo de Peñíscola (en la actual provincia de Castellón). Dos frailes, Fr. Pedro de Pernía y Fr. Juan de Baeza solicitan del Papa licencia para fundar un convento franciscano en Betancuria (Fuerteventura), en donde, al parecer ya habían estado anteriormente y abrigaban la esperanza de realizar una obra misionera fructífera.

Para ello, establecieron, aparte de este convento de Betancuria, en la zona sur de los dominios cristianos del Reino de Castilla, varios conventos que, a parte de servir de punto de concentración de los misioneros en las expediciones a las islas, procuraban los recursos logísticos de que siempre estuvieron necesitados.

Estas Casas fueron cuatro, según ha podido estudiar Sancho de Sopranis, aunque no siempre coexistieron, tres estaban situadas en la costa o su vecindad: Sanlúcar de Barrameda, Jerez de la Frontera y el célebre monasterio de La Rábida, y la otra, Santa María de las Veredas en Utrera (Sevilla), bastante tierra adentro.

De estas Casas, la más significativa fue el Convento de Santa María de Jesús, de Sanlúcar de Barrameda, fundado en 1443, llamado durante mucho tiempo el "Convento de los canarios", porque iba a servir de base a los frailes franciscanos que fuesen a las islas Canarias o que de las mismas volviesen.

Como ha afirmado el investigador Sancho de Sopranis, la misión de Canarias, que hasta ahora solamente contaba con un convento en las islas, el de San Buenaventura, en Betancuria (Fuerteventura), tenía con este Convento de Sanlúcar de Barrameda, ya una Casa en  Andalucía, y un lugar marítimo adecuado en que poder recibir a los religiosos que venían a embarcar y proveerlos de lo necesario, así como recibir a los que cansados o enfermos regresaban del Archipiélago.

Juan de Baeza sería nombrado Vicario General de Canarias, y para hacer frente al difícil, entonces insuperable aislamiento insular, tanto en la intercomunicación entre las islas, como en lo que toca a las relaciones con los reinos ibéricos, de los cuales se aprovisionaba a la misión canaria con frailes y víveres. Para ello, la solución sería la adquisición de una nao o barco grande capaz de realizar sin peligro tan dilatadas rutas marítimas. Esta nao vino a costar dos mil florines de oro de la cámara pontificia.

Con esta nao, los misioneros buscarían personas solventes tanto para sostener y reparar el navío, como para pilotarlo en las numerosas e intranquilas travesías. Finalmente, este navío quedaría reservado en exclusiva para el uso de los frailes franciscanos que quisieran ser misioneros en las islas Canarias. Precisamente, al Obispo de Cádiz se le confió la de comprar este barco para el mejor proveimiento de la Misión canaria.

Pues bien, una de las huellas más significativas de esta presencia misionera franciscana en las islas Canarias, según ha podido relatar el profesor Rumeu de Armas, es la presencia de imágenes religiosas que los misioneros aportaron. Por lo que respecta, concretamente, a la imagen de la Candelaria (es decir, la primitiva imagen de la Virgen de Candelaria, desaparecida en el temporal de 1826), Rumeu concluye que la venerada imagen [...] tuvo que arribar a las playas de Tenerife conducida por las manos de los misioneros franciscanos, y plantea tres hipótesis posibles:

1º Depositada por mallorquines y catalanes, a finales del siglo XIV traída desde el citado Obispado de Telde. Hipótesis por la que se decantan todos los cronistas e historiadores, incluido el historiador Viera y Clavijo, que se inclinan por la idea de que la imagen pudo aparecer en las costas de Güímar por los años del periodo 1391-1393.

2º Traída por los frailes del convento de San Buenaventura, desde Fuerteventura. Es muy probable que, en efecto, se produjese el descubrimiento de las playas del sur de Tenerife, y en alguna de ellas, se efectuase el depósito de la talla de la Candelaria, a fin de propagar la religión cristiana entre los indómitos guaches de Tenerife y en particular, de los guanches del Menceyato de Güímar.

Acercándose con el mayor sigilo a las costas sureñas, descubrieron la diminuta playa de Chimisay, sobre cuyas arenas depositaron la imagen, escogiendo una roca para pedestal de la misma.

3º O bien, si fueron misioneros andaluces, la Candelaria estaría en Tenerife como fruto de los contactos misionales promovidos y alentados por Fray Alonso de Bolaños, franciscano del que luego hablaremos más detenidamente, y que estuvo por Tenerife hacia la segunda mitad del siglo XV, concretamente entre los años 1460 y 1475, y cuya actividad misionera en la isla de Tenerife, concretamente en el Menceyato de Güímar, está atestiguada documentalmente.

Por tanto, la Virgen de Candelaria fue algo así, -en palabras del profesor Rumeu de Armas- "como la embajadora espiritual de los misioneros franciscanos, quienes la depositaron en las playas del sur de Tenerife para sorprender el ánimo ingenuo de los guanches, inclinando su espíritu a escuchar el mensaje de Cristo".

Ruinas del antiguo Convento franciscano de San Buenaventura 
en Betancuria (Fuerteventura)

EL OBISPADO DE FUERTEVENTURA.- Pero Juan de Baeza no se conformó con ser el Vicario de los Franciscanos en Canarias, sino que aspiraba a la creación de un nuevo obispado, claramente diferenciado del citado Obispado de Rubicón que ya existía en Lanzarote desde 1404, creado por la bula Apostolatus officium.

Esta dorada meta también pudo ser conseguida por Fray Juan de Baeza el 20 de noviembre de 1423. Este día el Papa Martín V, mediante la bula Illius coelestis agricolae, creaba, en efecto, el nuevo obispado misionero de Fuerteventura, con el franciscano Fray Martín Casas como primer obispo. La jurisdicción de este nuevo Obispado abarcaría a las islas de Fuerteventura, Gran Canaria, Infierno (Tenerife), Gomera, El Hierro y La Palma. Por lo demás, el nuevo obispado quedaba, como el de Rubicón (Lanzarote), integrados en la Provincia eclesiástica sevillana.

En 1434, Fray Juan de Baeza consigue el nombramiento para este Obispado de Fuerteventura, siendo nombrado obispo "in insulis Canariae". Desde ese momento, Baeza parece haber ejercido en las islas su ministerio episcopal, con sede en Betancuria, acompañado de los frailes franciscanos, conforme a una concesión pontificia de 22.02.1435, con un colaborador indígena Fray Juan Alonso de Idubaren. Por su parte, para la Vicaría de Canarias, se nombra al franciscano Fray Francisco de Moya, por bula pontificia de 26 de septiembre de 1436.

Para financiar el sostenimiento de este Obispado de Fuerteventura, la misión franciscana canaria, en sus dos aspectos de Vicaría Franciscana y sede episcopal, tendrá una relación muy directa con la Sevilla comercial de la Baja Edad Media. Para ello, los frailes y obispos que emprenden la aventura canaria buscan amparo económico en los vecinos avecindados en la ciudad de Sevilla (burgaleses, vizcaínos, genoveses, andaluces), o más directamente en el mismo regimiento sevillanos que gustaba de patrocinar iniciativas misioneras, paralelas a las militares y comerciales acostumbradas en la costa atlántica, como ha señalado el investigador García Oro.

En una década, en torno a 1423 estaba evangelizada la mayor parte de la población indígena de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro, y a la vez, se había iniciado la predicación del Evangelio en La Gomera y Gran Canaria.

Ermita de San Diego de Alcalá en Betancuria 
(Foto: Fotografía Tindaya)

PRESENCIA DEL FUTURO SANTO DIEGO DE ALCALÁ EN FUERTEVENTURA.- Como figura destacada de esta misión franciscana en Fuerteventura, cabe recordar a Fray Diego de San Nicolás (el futuro nominado San Diego de Alcalá), que fue eremita y predicador en tierra canaria entre los años 1441-1450, a quien sus compañeros pusieron al frente de su primera misión en Fuerteventura.

Diego de Alcalá había nacido en el año 1400 en el pequeño pueblo sevillano de San Nicolás del Puerto, situado entre Cazalla y Constantina, y en su pueblo natal es bautizado con el nombre de Diego de San Nicolás del Puerto.

San Diego de Alcalá (Foto: Real Academia de la Historia).

De muy joven se retiró a una ermita solitaria cercana a su pueblo natal, junto con un devoto sacerdote tío suyo, donde hicieron vida ascética, consagrada a la oración, a cultivar un huerto y a trabajar objetos de madera, junco y mimbre, con los que podían satisfacer sus necesidades y la de algunos pobres.

¿Cuando llegó San Diego a las islas Canarias, y concretamente a Fuerteventura? Hay dos fechas bien documentadas. Llegó a Canarias por primera vez en 1441 y luego regresó en 1444. Aunque es muy probable que estuviera primeramente en Lanzarote. Marín y Cubas, pone también la llegada de San Diego en 1441 y añade que vino acompañado de Fray Juan de Santorcaz y de Fray Felipe de Sevilla, que lo acompañaría también a su regreso en 1444.

San Diego de Alcalá y Fray Juan de Santorcaz llegaron al convento franciscano de Betancuria, como “frailes menores”, que eran aquellos frailes franciscanos a los que se pedía ayuda para la empresa de la evangelización de las Canarias, según cuenta el propio Fray Juan en el Manuscrito luliano Torcaz I.

Fue, en efecto, Fray Juan de Santorcaz quien lleva a Diego de Alcalá como lego, al convento de Betancuria, por que según decía Santorcaz  “por ser animoso y capaz de esta nueva conversión”.

El historiador José de Viera y Clavijo copia del  “Padre Guardián”, Fray Juan de Logroño,  un breve pasaje que sucede nada más pisar tierras majoreras, y que describe las duras condiciones del lego fray Diego:

“... nada más desembarcaron, se echó a cuestas San Diego una pesada cruz que traía consigo, y caminó con ella hasta la puerta de la iglesia del convento [en Betancuria], donde la colocó.”

Diego fue elegido por unanimidad entre sus compañeros como “guardián” o prior del convento por reunir ciertas condiciones. Sin embargo, Diego de San Nicolás trató de rechazar humildemente este cargo, argumentando que un ignorante no puede gobernar a los letrados. Pero sus superiores le obligan a obedecer, alegando las supremas razones por las que están en las islas Canarias: la conversión de los infieles, que Diego viene realizando con gran éxito.  El cargo de guardián del convento, en efecto, lo desempeñó durante cuatro años, hasta su regreso definitivo a Sanlúcar de Barrameda en 1449.

Diego de San Nicolás del Puerto murió en Alcalá de Henares el 12 de noviembre de 1463, y fue canonizado por el Papa Sixto V, el 10 de julio de 1588 culminando el proceso introducido por Pío IV a instancias del rey Felipe II de España. Entre los seis milagros aprobados por la Sagrada Congregación de Ritos para su canonización, el más famoso es, precisamente, la curación del príncipe Carlos. Diego de San Nicolás fue el único santo canonizado a lo largo de todo el siglo XVI.

Después de su partida de tierras majoreras y de su muerte, se siguieron respetando los lugares que Fray Diego había elegido para sus retiros en Betancuria, como una gruta cercana al convento de San Buenaventura, donde el Santo se retiraba a orar,  un pozo que mandó abrir, del cual se refieren muchos prodigios y curaciones en los enfermos que bebían sus aguas y una palmera datilera. En este espacio se erigió la ermita de San Diego de Alcalá en la segunda mitad del siglo XVII, que todavía existe.

Ermita de San Diego de Alcalá, en Betancuria (Fuerteventura)

Esta Ermita de San Diego de Alcalá, se encuentra frente a los restos del convento franciscano de San Buenaventura, en la Villa histórica de Betancuria. Esta pequeña ermita se levantó según cuenta la tradición, en el lugar donde había una pequeña cueva en la que oraba San Diego de Alcalá durante su estancia en Betancuria, entre 1441 y 1449.

El investigador García Oro señala que su popularidad en Alcalá de Henares, y sobre todo sus milagros en la Corte de Felipe II, le elevaron a la santidad, lo que ha hecho olvidar que "podría haber sido el primer santo misionero de Canarias", e incluso, podría haber sido el Patrón de Fuerteventura.

LA GRAN ETAPA FINAL DE LA MISIÓN FRANCISCANA EN CANARIAS: EL RELEVANTE PERIODO DE FRAY ALFONSO DE BOLAÑOS.- Fray Alfonso de Bolaños (¿nacido en Burgos?, Reino de Castilla y fallecido en 1478, en el Menceyato de Güímar, isla de Tenerife) fue un fraile y misionero franciscano del siglo XV, y que se le ha apodado el «Apóstol de Tenerife», según lo califica el profesor Antonio Rumeu de Armas, debido a que inició un proceso evangelizador en esta isla aproximadamente de 30 años antes de la conquista de la misma, y donde llegó a contar con bastante prosélitos entre los aborígenes guanches.

Gracias a una bula del Papa Pío II en 1462, en efecto, Alfonso de Bolaños fue enviado junto a otros monjes a las misiones en Guinea y las islas Canarias. En esta bula papal, Pío II se refiere a él como "atleta de la fe" y lo encomió como líder de la misión.

Alfonso de Bolaños

En principio, su vocación fue eremítica y para ella recibió pleno favor de los superiores de la Orden Franciscana y del Papa Pío II. Se dirigió a Canarias, y con el apoyo del Obispo de Rubicón Don Diego López de Illescas y del Señor de Canarias, Diego García de Herrera (que se había casado hacia 1446 con Inés Peraza, hija de Fernán Peraza), trabajó intensamente en la consecución de acuerdos y paces con los jefes o reyes nativos, como luego veremos, aunque luego esa confianza se quebró.

Alfonso de Bolaños se estableció junto con otros dos monjes, Fray Masedo y Fray Diego de Belmanúa (al parecer reclutados en Andalucía), en la zona del sureste de Tenerife, concretamente en el Menceyato de Güímar en época de los guanches (pues todavía se hallaba Tenerife sin ser conquistada). En este lugar construyó un eremitorio o casa de oración, en lo que actualmente es la localidad de Candelaria, lugar en donde, al parecer, los aborígenes ya veneraban a la imagen de la Virgen de Candelaria en la Cueva de Achbinico

Se sabe que estos religiosos vivían entre los guanches, hablando su lengua y bautizando a muchos de ellos.​ Contaron con el apoyo del traductor nativo Antón Guanche el cual había sido cristianizado años atrás en Lanzarote.

Sin embargo, el apoyo del Papa a su empresa derivó en tensiones con la Vicaría franciscana de Canarias que ostentaba fray Rodrigo de Utrera, y con Diego de Herrera, Señor de Canarias, el cual lo consideraba un intruso en sus dominios. Se cree que este incipiente catolicismo insular debió de estar imbuido en gran medida de elementos nativos, produciéndose un sincretismo religioso entre las creencias cristianas y las de los guanches, lo que no fue bien visto por los dueños del Señorío de las islas, esto explica que en 1465, don Diego García de Herrera se quejase de su comportamiento en carta que dirigió al propio Papa Paulo II.

Para ello, Bolaños aprendió los elementos básicos de la lengua guanche y los relativos a la religión junto a los otros dos monjes citados, Fray Masedo y Fray Diego de Belmanúa. Además, durante su aprendizaje, estos frailes franciscanos vivían entre los guanches, y bautizaban a muchos de ellos. 

Tras ser nombrado Sixto IV como nuevo Papa, Fray Alfonso de Bolaños se dirigió a Roma para presentarle los frutos de su proyecto evangelizador. En el informe presentado al Papa, Bolaños asegura haber "convertido a miles de paganos", cifra considerada por los analistas actuales como exagerada pero necesaria para seguir contando con apoyo papal. El papa Sixto IV complacido lo nombra Nuncio y Comisario Pontificio para Guinea y Canarias "y demás islas y provincias del Gran Océano", por la bula Pastoris aeterni de 27 de junio de 1472, ampliando sus facultades misioneras no solo a Canarias, sino también a las demás islas atlánticas y provincias de África (básicamente la costa de Guinea). Además, se le dio una autorización  para llevar a Canarias cada año a un cupo de 16 frailes, incluso sin el consentimiento de sus respectivos superiores religiosos.

Cuatro años después Alfonso de Bolaños vuelve a informar al Papa del desarrollo de su misión, en la cual refiere que cuatro de las siete islas Canarias ya han sido evangelizadas y en las restantes hay grandes expectativas, sobre todo en Tenerife desde donde dirige el proceso evangelizador.

Por otro lado, aparte de la predicación, Bolaños no solo llevaba víveres a Canarias, especialmente pan y aceite de los que se carecía en las islas, sino conducía a los nativos a otras islas e incluso para que aprendiesen las artes mecánicas y los diversos modos de industriarse. Por otra parte, había conseguido llevar también artesanos y operarios a Canarias que se prestaban a enseñar sus oficios a los naturales.

No menos importante fue la labor pacificadora realizada por los franciscanos en este periodo, sobre todo con los guanches del sur de Tenerife. Ya en 1462 trabajaba el Obispo Illescas desde Lanzarote y sus misioneros franciscanos en los pactos o paces con los guanartemes de Gran Canaria y los menceyes de Tenerife, con pleno éxito llegándose efectivamente a realizar dichos pactos.

En efecto, debe mencionarse la sumisión y vasallaje a Diego de Herrera, Señor de Canarias, de los dos guanartemes de la isla de Gran Canaria, los de Gáldar y Telde, que tuvo por escenario el Puerto de las Isletas y se data en 12 de agosto de 1461.

Así como el acuerdo obtenido en Tenerife, con el Acta del Bufadero, suscrita en el territorio de Añazo (Menceyato de Anaga) el 21 de julio de 1464, documento del que ya hemos hablado en otras ocasiones. En el siguiente enlace se puede leer un fragmento de dicha Acta, suscrita entre los nueves menceyes de Tenerife y el Señor de Canarias don Diego de Herrera:

Acta del Bufadero de 21.07.1464

En Gran Canaria, después de fallecido Bolaños y ya conquista la isla por los Reyes Católicos, debe destacarse el llamado "Pacto Real de Las Palmas" de 1480, en el que "los guanartemes o cavalleros e otras personas del común de la gran cavallería [...] nos enviaron a dar e prestar obediencia e fidelidad". Pacto que fue confirmado por los Reyes Católicos, en Calatayud el 30 de mayo de 1481.

Sin embargo, no todo fue un camino de rosas para los misioneros franciscanos en Tenerife, un testigo del momento dejó por escrito testimonio también de situaciones de tirantez con los guanches y los misioneros que se hallaban en la isla: "e que despues se salieron donde [los frailes] sin les facer por qué; en que oyó dezir que [a] algunos dellos habían babtizado, pero que non viven como christianos...", e que este testigo ayudó a sacar un frayle que se llamaba fray Masedo, que había entrado ende, e lo tenían detenido [los guanches]..."

Muerte de Fray Alfonso de Bolaños.

Sin embargo, este proyecto misionero en Canarias y tierras de la costa africana desapareció tras la muerte de Bolaños acontecida en 1478​ en el citado eremitorio de Candelaria, junto a la cueva de Achbinico.

En efecto, el proyecto de Bolaños desapareció con su muerte en 1478, "el abnegado e incansable apóstol de los gentiles guanches", de tal modo que, ya en 1480, con la bula Variis Quamvis distractis curis se revocaron todos los privilegios concedidos a él, a sus sucesores y comisarios, creándose la nueva Vicaría franciscana de “Canarias y otras islas”. En esta importante disposición se recapitulan todos los privilegios y exenciones alcanzados de distintos pontífices por los misioneros, y se ordena que los territorios de las islas Canarias, Guinea, África, isla de la Madera y otras islas del Océano, ya descubiertas o por descubrir, formasen con todas sus casas y religiosos una sola vicaría, sometida, como las restantes obras misionales, a la directa jurisdicción del vicario general ultramontano, con residencia en Sanlúcar de Barrameda. 

En cualquier caso, cuando tuvo lugar pocas décadas después de su muerte, la conquista de Tenerife comandada por Alonso Fernández de Lugo entre 1494 y 1496, prácticamente todo el sur de la isla estaba ya evangelizado, precisamente los que conformarían luego los llamados "bandos de paces", aquellos menceyatos que habían suscrito aquellos pactos o acuerdos con los conquistadores castellanos a que hemos hecho mención, y de lo que hablaremos más detenidamente en otra oportunidad.

Pedro R. Castro Simancas, 03.10.2024.

Fuentes:

BERMÚDEZ SUÁREZ, Felipe (1992): "Los relatos tradicionales del Pino y Candelaria: hacia una relectura de la historia de la conquista" en Almogaren, nº 9, pp. 43-53, Centro Teológico de Las Palmas, 1992.

GARCÍA ORO, José (2003): "La misión franciscana de Canarias. La conciencia misionera de la Iglesia moderna resucita en Canarias" en Tebeto Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, nº 16, pp. 13-48, Cabildo Insular de Fuerteventura, 2003.

ORTUÑO ARREGUI, Manuel (2020): "El proyecto de evangelización de fray Alfonso de Bolaños en las islas Canarias y Guinea entre 1462 y 1478 a partir de las bulas pontificias", en ArtyHum Revista Digital de Artes y Humanidades, nº 78, pp. 82-100, 2020.

RUMEU DE ARMAS, Antonio (1975): La conquista de Tenerife 1494-1496, Ed. Aula de Cultura de Tenerife, 1975.

SANCHO DE SOPRANIS, Hipólito (1959): "Los conventos franciscanos de la Misión de Canarias (1443-1487)" en Anuario de Estudios Atlánticos, nº 5, pp. 375-397, Casa de Colón, Las Palmas de Gran Canaria, 1959.


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