El Hierro: La cruel matanza de irlandeses en Puerto de Naos cometida en 1784.
El historiador y abogado, natural de La Orotava, don Francisco María de León y Xuarez de la Guardia (1799-1871) nos cuenta en su obra Apuntes para la Historia de las islas Canarias 1776-1868, publicada en el año 1978, algunos detalles de los crueles asesinatos cometidos en la isla de El Hierro, en el último tercio del siglo XVIII, en la zona de Puerto de Naos, el que era el mejor puerto natural de dicha isla, situado en el SO de El Hierro, muy cerca de la actual población de La Restinga, en el municipio de El Pinar del Hierro.
Sobre este penoso incidente, también el historiador y militar herreño, nacido en Valverde, Dacio Victoriano Darias y Padrón (1880-1960), en su obra Noticias generales históricas sobre la isla del Hierro, publicada en La Laguna en 1929, también nos cuenta con detalle los pormenores de estos hechos acontecidos en aquella isla.
UN BUQUE EXTRANJERO RECALA SOSPECHOSAMENTE POR LA COSTA SUROESTE DE LA ISLA DE EL HIERRO.- El 6 de diciembre de 1784, aparece en aguas de Puerto de Naos en la isla de El Hierro un bergantín inglés-americano que sin avisar a las autoridades, procede a desembarcar del barco en tres sucesivas lanchadas, a varios grupos de personas, al parecer enfermas, como después se pudo comprobar, eran un total de 36 personas, entre hombres y mujeres, al parecer de nacionalidad irlandesa o aunque algunas crónicas hablan de holandeses, dejándolos desembarcados a su suerte en la agreste costa de aquella zona del suroeste de la isla.
Cuenta Francisco María de León: "Habíanse por estos tiempos comunicado estrechas y terminantes órdenes a las justicias y gobernadores de armas de los pueblos, para que se vigilase el arribo de buques extranjeros, [por] si se hallaban o no inficionados [es decir, contaminados o infectados] de algún género de contagio, porque en aquella época se padecía la peste en algunos puntos de Levante [se refiere a Marruecos], y el Gobernador de armas de la isla del Hierro, don Juan Briz, ayudante de aquellas milicias, entendió tan a la letra las órdenes de precaución como demuestra el siguiente hecho que copiamos del informe dado a S. M. por el Regente de la Audiencia en 1800, quince años después, en que todavía se seguía la causa."
El Cabildo de El Hierro, con sede en la villa de Valverde, tenía, en efecto, antecedentes oficiales recibidos del Comandante general de Canarias, Marqués de Branciforte, como presidente de la Junta provincial de Sanidad, de haberse avistado en Lisboa un buque apestado, remitiéndose por la mentada Junta unas instrucciones para que no fueran admitidas embarcaciones de procedencia sospechosa, incluso haciendo uso de la fuerza, si fuera indispensable.
Por su parte, el historiador herreño Dacio Darias y Padrón, en sus Noticias cuenta que "En el año de 1784 estaba al frente del Ayuntamiento [o Cabildo de El Hierro] el capitán D. Francisco Fernández Salazar, sujeto no muy del agrado del administrador general [representante del Conde de La Gomera] D. Francisco del Castillo Santalices, y ocupaba el Gobierno de las armas, por estar vacante la jefatura de las compañías de Milicias, el ayudante mayor de las mismas, D. Juan Briz Calderón, militar profesional, natural de Madrid."
La vida pública herreña transcurría con la misma monotonía de siempre, alguna que otra vez turbada con los habituales litigios judiciales incoados en la Alcaldía, muchas veces por motivos casi pueriles, cuando ocurrió que en la mañana del 6 de diciembre de 1784, apareció en aguas de Puerto de Naos un bergantín inglés-americano, el cual desembarcó sobre la marcha y sin previo aviso a tierra, en tres sucesivas lanchadas, que contenían un total de treinta y seis hombres y mujeres, enfermos, como después se comprobó, dejándolos abandonados completamente en dos sitios, de estos uno en la punta de los «Lajares», perteneciente a la citada ribera marítima. El desembarco lo efectuó el buque extranjero sin dar aviso a las autoridades de la isla y protegido por el fuego de su artillería, que contestó al ineficaz y de corto alcance de fusilería hecho desde tierra por un corto destacamento de cinco milicianos herreños, que allí prestaban el servicio llamado de Vela.
En efecto, una embarcación inglesa echó en la isla de El Hierro y en unos riscos de la zona suroeste, por el Puerto de Naos, treinta y seis pasajeros irlandeses que habían sido apresados por el capitán del barco y desembarcados a la fuerza; y con los cuales no podía seguir la navegación.
LAS AUTORIDADES DE LA ISLA DECIDEN HACER ALGO CON LOS EXTRANJEROS DESEMBARCADOS.- En efecto, se tuvo conocimiento de este acontecimiento en la villa de Valverde, y el citado Gobernador de armas, don Juan Briz, reuniendo las milicias, marchó al citado paraje llamado Puerto de Naos, cercano al sitio donde se hallaban los irlandeses, "cual si verdaderamente fuese a impedir una invasión extranjera", dice Francisco María de León.
Atemorizado el Gobernador Briz, ordenó se tocara a generala, pasó recado al capitán de mar, D. Pedro Agustín de León, para que fuese a desempeñar su obligación a la marina; hizo que las campanas de la parroquia y del convento de Valverde tocasen a rebato; reunió los oficiales y acompañado del subteniente D. Diego de Armas Guadarrama, partió para el lugar del suceso, "con la misma preocupación que si fuera a rechazar con las armas un serio ataque de enemigos," observa Dacio Darias.
En el trayecto de Valverde al Puerto de Naos, le alcanzó el capitán de la compañía de milicias de El Pinar, D. Antonio Fernández Paiva, diciéndole entonces Briz: Vaya Vm., don Antonio, que lleva buenos pies; preséntese luego en la marina y si esa gente no hubiese vuelto a bordo, echarlos al agua, sin dejar vestigios de ellos.
Por su parte, el capitán de milicias, Fernández Paiva llegó al oscurecer al citado Puerto de Naos, pero se abstuvo de cumplir la bárbara orden de su superior. En aquel punto, se le juntó el regidor del Cabildo, D. Juan de Febles Merino, vecino de Azofa, llegando a la conclusión de que aquellos desventurados extranjeros estaban atacados de peste, retrocediendo entonces, por creer encontrarse en el camino con el Gobernador militar.
Por curiosidad, aclarar que Azofa es la denominación de la comarca que se extiende desde el sur de Valverde hasta El Pinar en la isla de El Hierro, abarcando la ladera que va desde el margen oriental de Nisdafe hasta la costa, y que viene a completar el área de poblaciones que se establecen en torno a la meseta central herreña.
Pues bien, al tropezarse el regidor del Cabildo Febles Merino con el Gobernador Briz, informó a este militar de todo, notándole de pronto "haber mudado de color y con efecto lo poseyó un flato enteramente, de que recobrado ya, prorrumpió: Amigos, perdidos estamos, la Virgen santísima me dé luz para salir de este lance".
El Gobernador Briz se hospedó en una casa de un vecino, en el pueblo de El Pinar, y desde allí escribió al Alcalde mayor en Valverde rogándole que con la mayor urgencia se personase en El Pinar, acompañado de los regidores del Cabildo, diputados del común, personero y escribano de la citada corporación municipal.
El alcalde Fernández Salazar recibió la carta, serían las dos de la madrugada; mandó convocar a los miembros del Cabildo, pero no pareciéndole bien ausentarse de la Villa en aquellos momentos de verdadera confusión y zozobra, se acordó que fueran los regidores, diputado, personero y escribano, quienes llevabaran la instrucción sanitaria y carta del Comandante general de Canarias, con el voto por escrito del regidor-decano del Cabildo, Guadarrama (que se hallaba enfermo), y que decía: "que se hiciera seña de que embarquen luego incontinenti, y de no ejecutarlo, reconociéndose ser gente apestada, se les pasara por las armas."
Entonces el Gobernador Briz requirió el parecer de los oficiales presentes. El capitán Paiva fue de la opinión de que por estar los desembarcados enfermos, tanto que algunos de ellos no podían ni sostenerse en pie, y habiéndose marchado ya la embarcación inglesa que los había abandonado, que se les mantuviese allí mismo, para lo cual él ofrecía unos corderos, y que se diese cuenta al General Branciforte, Comandante general de las islas, o que se fletase un barco que los condujese yendo en seguimiento del navío inglés. El teniente D. Juan José Padrón y el alférez D. Diego de Armas manifestaron que, por de pronto, se les degredara (es decir, se les pusiera en cuarentena) a los náufragos, y que puesto que en el puerto de la Villa de Valverde estaba un barco pronto a salir para Tenerife, que se diese parte a la Comandancia general.
Informado el Gobernador Briz que había otra porción de extranjeros en el paraje de los «Lajares», cerca del Puerto de Naos, sitio muy a propósito para reconocerlos mejor, dispuso que así lo hiciera el alférez Armas, lo que efectuó este oficial en compañía de otras personas, «quienes consintieron de lleno en que estaban apestados, por su aspecto, languidez, hedor y demás señales que advirtieron».
Interrogados los extranjeros acerca de su nacionalidad, procedencia y motivos de haberlos echado allí, uno de ellos que hablaba algo el castellano respondió: que eran irlandeses u holandeses, esto no lo entendieron muy bien; que el barco era americano; que habían estado prisioneros unos quince meses en Portugal y que habían desembarcado allí, por falta de víveres a bordo.
El alférez Armas les replica entonces que lo último no podía ser, pues entonces el capitán del buque hubiera solicitado por ello de los naturales de la Isla los víveres necesarios para continuar la ruta; y que, por el contrario, el verdadero motivo de haberlos dejado allí, en aquellos solitarios parajes, era porque todos estaban apestados. El irlandés inclinó la cabeza, habló con sus compañeros en su lengua «y quedó muy triste, suspirando y mirando al suelo».
En esto llegó la comisión del Cabildo que estaba compuesta por los regidores D. José Magdaleno-Dávila, alguacil mayor, D. Cristóbal de Acosta, D. Diego Sorberto Guadarrama, D. Guillermo Casañas, personero, y D. José de Espinosa Barreda, escribano. Todos estos excepto dos, no pasaron del pago de El Pinar, contentándose con enviar al Gobernador Briz lo acordado por la Corporación municipal sobre el particular, así como las instrucciones y carta del General Branciforte, Comandante general de las islas y presidente de la Junta provincial de Sanidad.
SE TOMA LA HORRIBLE DECISIÓN DE LLEVAR A CABO LA MATANZA DE AQUELLAS GENTES ABANDONADAS A SU SUERTE.- En efecto, por los allí presentes, en el mismo Puerto de Naos, se toma el terrible e inhumano acuerdo de ejecutar a los infortunados y moribundos irlandeses, si bien, no se sabe a cierta cierta, si fue por mandato del Gobernador Briz Calderón o con el acuerdo expreso o tácito de los demás oficiales y regidores, detalle importante que éstos negaron siempre con ahínco luego en el juicio que se produjo contra los encausados por el horrendo crimen.
En suma, en aquel momento y lugar, los treinta y seis irlandeses fueron cruel e inhumanamente asesinados, y muchos de ellos arrojados al mar, aún malheridos y aun antes de expirar manifestaban que estaban indefensos, e implorando misericordia. Incluso mostraban sus cruces, rosarios y libros de rezo, para denotar que eran cristianos; "pero todo fue en vano y se consumó un hecho inaudito, no sólo entre pueblos civilizados, sino hasta desusado ya entre los bárbaros habitantes en las Antillas", así lo comenta Dacio Darias en sus Noticias.
Sin embargo, Briz, el Gobernador de armas, por su parte, deseó dar formalidad jurídica a aquel terrible juicio sumarísimo, levantando un acta suscrita por él y los presentes; pero el capitán Paiva, como escribano de Guerra que también era, teniendo que dar fe de aquella horrorosa ejecución, contestó que carecía en aquel momento y lugar de medios para escribir y redactar tal documento, por lo que parece que se convino en que en la Villa capital se extendería el correspondiente documento, mediante un acta, lo que después, en efecto, se efectuó, aunque costando gran trabajo al propio Briz recoger las firmas de los demás, que no querían asumir semejante responsabilidad firmada y por escrito, con la protesta de que a nadie le correspondería la menor responsabilidad, y que el Gobernador Briz la asumiría por todos.
DACIÓN DE CUENTA DE LOS CRUENTOS HECHOS AL COMANDANTE GENERAL DE LAS ISLAS.- En efecto, tanto el Cabildo de El Hierro como el Gobernador Briz dieron cuenta al Comandante general de Canarias, el citado Marqués de Branciforte, una exacta y puntual relación de los terroríficos sucesos, mediante aquella acta suscrita el día 9 de diciembre de 1784 y que remitieron a Santa Cruz de Tenerife. Veamos lo que le participó la Justicia y el Regimiento de la Isla:
«Exmo. Sr.: Con fecha 5 del corriente participamos a V. E. el recibo de la que nos escribió con la del veinte y dos del pasado, en que nos noticiaba [de] la vigilanza que debemos tener, [...] suerte de soltar a el amanecer del día seis del presente por la costa sur de esta Isla en una punta muy agria y un poco más distante en la playa de Naos, treinta y seis personas en que estaban siete mujeres, y uno que por habla a juicio de los que le oyeron, era portugués; y habiéndole preguntado a distancia, que solamente se le podía entender los movimientos de aquel caso, dijo que ellos eran holandeses que el barco que los conducía era inglés-americano, y que el haberlos tirado en aquella punta, era porque se les acababa el pan y el agua; pero no queriéndoles oir más embustes a los tristes que en semejante relación querían ser admitidos, pareciéndoles que por su desemejanza y mortalidez estaba oculta a quien los miraba, ya casi muertos algunos de ellos, fué parecer de todos los circunstantes que allí se hallaron, así de los moradores del lugar más inmediato del Pinar, [...] el que respecto a que de lo alto de la fuga, por donde parte de ellos no podrían nunca salir, se les mandara a que se pusieran en la orilla o ribera del mar, de forma que hiriéndolos ellos mismos, cayesen en el agua, como en efecto se ejecutó, conviniendo en ello el Gobernador de las armas y demás oficiales que le acompañaron, persuadidos de que aquellos cuerpos, que apenas se podían mover algunos, dentro de poco se morirían, y solamente los cadáveres enfestarían peste, además de la que ellos representaban traer, dispusieron, después de haber maquinado todos los medios que pudieron advitrar, que el mejor fuese el de que puestos en dicha disposición, se les hiciera fuego de toda la distancia que la bala del fusil alcanza, y que después fuese un hombre desnudo, bañado en vinagre y otros olores, para que con una lanza larga no quedase allí fragmento alguno de ellos». [...].
Como dicho Gobernador (dará) razón a V. S. de todo por extenso, no queremos molestar un (momento más) la atención de V. E., cuya vida gue. Dios ms. as. villa del Hierro, diciembre, nueve, de mil setecientos ochenta y cuatro.
[A la atención del] Excmo. Sr. Marqs. de Branciforte».
SE ABRE CAUSA PENAL CONTRA LOS RESPONSABLES DE LOS HORRENDOS CRÍMENES DE PUERTO DE NAOS.- El General Branciforte, a la vista del citado escrito, se horrorizó cuando le llegó a su noticia el brutal acontecimiento de Puerto de Naos, en El Hierro. Inmediatamente contestó al Gobernador de armas Briz, con fecha 16 de diciembre de 1784, transmitiéndole una severa admonición; «si esta es la orden—le escribía—con que Vm. quiere cubrir su atentado, no se cubre, sino se descubre su grosero ignorante modo de pensar y proceder, [por lo] que no le puedo dar disculpa en ningún juicio».
Al mismo tiempo, ordenó al Gobernador de armas del Puerto de la Cruz, teniente coronel D. Juan Antonio de Urtusáustegui, que con la debida urgencia pasase a la isla de El Hierro a instruir el proceso judicial correspondiente. Aunque embarcó el 19 de diciembre, sin embargo, no pudo llegar al punto de su comisión en El Hierro a consecuencia de tormentas y tiempo adverso hasta el 5 de enero de 1785.
Llegado Urtusáustegui a la isla, se comenzó a tramitar el sumario el día 7 de enero de 1785, actuando de escribano en el mismo el teniente D. Joaquín Antonio de Febles. Participaron en las diligencias un gran número de personas, negando el capitán Paiva, el teniente Padrón Espinosa, el subteniente Armas Guadarrama y los regidores Magdaleno Padrón y Febles Merino, su participación en la responsabilidad, ya que le fueron atribuyendo toda la responsabilidad a la inhumana actuación del Gobernador Briz, a quien consideraron único juez intruso en aquella terrible ocasión, afirmando que cuanto se ejecutó en el Puerto de Naos, fue cumpliendo únicamente sus órdenes y yendo en contra de sus propios dictámenes y pareceres.
Pero fue inútil que se disculpara el mismo Briz, observando que "poseído de un celo inmoderado de la salud pública y del cargo tan terrible a que se exponía, formó un errado juicio de que por desgracia jamás desistió; invoca sus buenos antecedentes militares y otros particulares".
A resultas de los hechos declarados y las pruebas documentales, el Comandante general Branciforte, no tuvo más remedio que disponer la prisión tanto del ex-gobernador Briz y de los oficiales Paiva, Padrón y Armas, y también de los regidores del Cabildo, Guadarrama Frías, Magdaleno Padrón y Febles Merino, algunos de los cuales habían firmado aquel documento, posteriormente al suceso criminal acontecido en el Puerto de Naos, a instancias del Gobernador Briz. Una especie de acta que los comprometía, en efecto, tanto a él mismo como a parte de los regidores del Cabildo de la isla, siendo remitidos todos detenidos para Santa Cruz de Tenerife, abordo del barco llamado de «Nuestra Señora de los Remedios», que el día 7 de marzo siguiente zarpó del puerto de La Estaca (Valverde).
Con el tiempo, todos fueron quedando en libertad a medida que iban justificando su inocencia, excepto Briz y Fernández Paiva, a quienes se les remitió a la isla de Gran Canaria. El último pudo al fin verse libre de las garras de la justicia, obteniendo su libertad, pero no así el malaventurado Briz, que arrastrado de prisión en prisión, bien expió su grave y acaso inconsciente delito, terminando su mísera vida prisionero en un castillo de Las Palmas.
VALORACIÓN FINAL DE LOS HECHOS.- Por Francisco María de León, en su Apuntes, se concluye que "este hecho es degradante para el lugar donde sucedió, [El Hierro, pero] sea lícito encomiar a lo menos, [a] los buenos sentimientos de los vecinos del Hierro, y cargar la maldición y el horror sobre su verdadero y principal autor, que no fue por cierto natural de las Canarias, sino un empleado del gobierno, peninsular de nacimiento, ignorante, bárbaro e inhumano."
El tiempo y la muerte de los reos terminó lo que la justicia debió haber terminado en pocos meses.
Pedro R. Castro Simancas, 02.04.2025.Festividad de San Francisco de Paula.
Fuentes:
DARIAS Y PADRÓN, Dacio Victoriano (1988): Noticias generales históricas sobre la isla del Hierro, una de las Canarias, 3ª edición, Excmo. Cabildo Insular de El Hierro, Santa Cruz de Tenerife, 1988.
DE LEÓN, Francisco María (1978): Apuntes para la Historia de las islas Canarias 1776-1868, Aula de Cultura de Tenerife, 2ª edición, Santa Cruz de Tenerife, 1978.
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