Historia del Siglo XIX: El relato de cuando Estados Unidos quiso apoderarse de las islas Canarias.

A nadie se le esconde que las islas Canarias guardan una posición estratégica en el Atlántico norte, como cabeza de puente a Europa y a la costa africana. Ya vimos como en el siglo XX, en el fragor de la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi, como ya hemos señalado en un artículo anterior de este Blog, publicado el 23.03.2025, muy tempranamente, desde el 5 de septiembre de 1940, Hitler había ordenado la planificación de la ocupación de las islas Canarias y luego le solicitó a Franco la cesión unilateral de una isla canaria como base de operaciones en la costa africana antes de que Estados Unidos se le ocurriera invadir las islas. Por su parte, el Gobierno del Reino Unido alertó a los Aliados de que era necesario acometer una intervención en las islas Canarias en caso que España tomase Gibraltar en la Guerra, por una cuestión: creían que Hitler estaría meditando convertir a las islas Canarias en un protectorado alemán.

Puedes consultar tan interesante artículo en el siguiente enlace: 

Cuando Hitler quiso apoderarse de una isla canaria

Pues bien, una amenaza semejante y potencial, ya se había producido a finales del siglo XIX, cuando Estados Unidos de América (EE.UU.) se empieza a plantear una guerra contra España, a fin de despojarle de sus últimas colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y para ello, se estuvo planteando muy seriamente un ataque preventivo a las islas Canarias, e incluso la invasión de alguna de las islas, tales como Gran Canaria, Lanzarote o Tenerife. El objetivo era tomar una isla y convertirla en base de apoyo para atacar España. La villa de La Orotava en Tenerife fue considerada como un posible punto de invasión. 

Pero no solo preventivamente, sino que incluso, cuando en 1898 se desató la guerra entre España y los Estados Unidos hubo un episodio de esta contienda que se desarrolló en Canarias como una amenaza real de ocupación. Las islas no llegaron a ser atacadas, pero sí vivieron el estrés y se prepararon para la guerra ante las repetidas amenazas que profirieron los norteamericanos, si España no capitulaba y firmaba la paz.

Como señala Domingo Gari, los estadounidenses mantuvieron hasta el final su interés por poseer una estación carbonera en alguna de las islas, y aunque todavía no se hallaban preparados para entrar a la conquista de África, no cabe duda de que los que miraban con una visión a medio y largo plazo estaban convencidos de que era el momento de conquistar Canarias, a un coste realmente bajo, porque en julio de 1898 España no poseía armada que pudiera contener la llegada de los buques norteamericanos.

Desembarco de las tropas de defensa
en Santa Cruz de Tenerife en 1898. 
Archivo de fotografía histórica de Canarias.

LA DOCTRINA MONROE.- La Doctrina Monroe es un principio de política exterior de Estados Unidos, formulado por el presidente James Monroe en 1823, que establecía que cualquier intervención de las potencias europeas en América Latina (por lo que era una advertencia seria para España, Portugal o Francia) sería considerada como un acto de agresión que requeriría la intervención de los Estados Unidos. La frase clave era "América para los americanos", que implicaba que el continente americano debía estar libre de la influencia y el control europeo. En resumen, la Doctrina Monroe se puede entender como:

Advertencia a Europa: Establecía que Estados Unidos no toleraría nuevas colonias europeas en América ni la interferencia en los asuntos de los países americanos. 

Protección de América: Proclamaba la intención de Estados Unidos de proteger a los países latinoamericanos de la intervención europea. 

Influencia de Estados Unidos: A largo plazo, como así ha ocurrido, la doctrina también sirvió en el siglo XX para justificar la creciente influencia y dominio de los Estados Unidos en América Latina. 

En efecto, la expuso el 2 de diciembre de 1823 el presidente James Monroe (1817-1825) en un discurso ante el Congreso de EE.UU. En su mensaje, Monroe lanzó una advertencia a las potencias europeas para que se mantuvieran fuera del continente americano. Aquellos eran los años posteriores a las independencias que ganaron las naciones americanas frente a las monarquías de España, Francia o Portugal. “Los continentes americanos, por la condición de libres e independientes que han asumido y mantienen, no deben ser considerados en adelante sujetos de futura colonización por ninguna potencia europea”, dijo Monroe ante el Congreso de su país.

Según nos señala Amós Farrujia, en ese año de 1823 Monroe escribió una carta a Jefferson en la cual consideraba al Cabo Florida y Cuba como «la boca del Mississippi», y John Quincy Adams informaba de que «[...] Cuba, casi en nuestras costas [...] se ha convertido en un objetivo de importancia trascendental para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión»

Como ha señalado dicho investigador, la penetración de EE.UU. en nuevos espacios comerciales y la construcción de una armada buscaba la superioridad en los mares, introduciéndose de lleno en la competencia naval de las grandes potencias. La revolución cubana por su independencia de 1895 a 1897 fue el detonante para la intervención estadounidense, concretada en 1898.

Retrato de Nicolás Estévanez

De hecho, según cuenta el militar y político tinerfeño Nicolás Estévanez Murphy (1838-1914) en sus Memorias, en el año 1873, durante el transcurso de la primera República española, un general americano, Sickles, ministro de los EE.UU. en España, "Ofrecía el general, en nombre de su gobierno, todo género de seguridad en cuanto al porvenir de Puerto Rico y de Cuba, con tal que estas islas se constituyeran en estados autónomos de la República española. Reconocida España, en ese caso, como potencia americana (porque tendría en América dos de sus estados federales), nada tenía que temer de la llamada «doctrina Monroe», y aún podría invocarla en su provecho contra injerencias extrañas."

Y añade don Nicolás Estévanez, que "Hizo más el representante de los Estados Unidos: ofrecer a España un anticipo (es decir, un préstamo al Estado español) de 250 millones de dólares -1.200 millones de pesetas- con la garantía de [el producto de la recaudación de] las aduanas de Cuba. Esta última condición fue rechazada por el señor Pi [y Margall, el presidente del gobierno republicano español] que consideraba depresiva (sic) la forma en que Sickles entendía la intervención en las aduanas."

EL PAPEL DE LA OFICINA DE INTELIGENCIA NAVAL.- En efecto, Theodore Roosevelt, entonces subsecretario de la Armada de Estados Unidos, fue el primero en presentar al Gobierno un plan de operaciones que consistía en organizar una escuadra volante compuesta por cuatro cruceros rápidos —dos acorazados y dos destructores— y hostigar las costas enemigas españolas. A finales de 1896, un plan de acción contemplaba que mientras se organizaba la invasión de Cuba, la escuadra del Pacífico debía dirigirse al estrecho de Gibraltar para unirse a la flotilla atlántica, ocupar una base en el archipiélago canario y desde allí atacar a la Marina española y boicotear el tráfico mercante. A pesar del rechazo que generó entre los expertos, el futuro presidente insistió en bombardear las orillas españolas antes de lanzarse a las Antillas. Sin embargo, la invasión nunca se produjo debido a la presión diplomática del Reino Unido, que no quería que Estados Unidos alterara el equilibrio en el Atlántico.

La Oficina de Inteligencia Naval de Estados Unidos (del inglés: Office of Naval Intelligence o ONI) es una división administrativa que forma parte de la Corporación de Inteligencia de aquella potencia. Fue fundada el 23 de marzo de 1882, por el Teniente Theodorus B.M. Mason. Su función era informar sobre los movimientos de las marinas de otras naciones y su primera labor importante precisamente fue en 1898, cuando Estados Unidos le declaró la guerra a España al culparla del hundimiento del acorazado Maine en el puerto de La Habana, Cuba.

Logo de la ONI

Uno de los primeros éxitos de esa Oficina de Inteligencia Naval de Estados Unidos, según cuenta Amós Farrujia, en concreto, fue su primer servicio de espionaje moderno e instruido que consistió en reclutar a un oficial español destinado en la División de Operaciones de la Armada de España junto a su mujer. El marino, que tenía acceso a información privilegiada por su posición, filtró valiosos informes sobre los buques de guerra españoles y el estado en el que se encontraban. Pero también envió un detallado dossier sobre las defensas costeras y portuarias de las islas Canarias, un territorio que en aquel momento, en el prólogo de la guerra hispano-estadounidense de 1898, Washington valoraba invadir.

Desde el año 1895 la posibilidad de una guerra había sido tema de discusión preferente en el Colegio Naval de Newport y se elaboraron sucesivos planes de guerra secretos que predijeron con bastante acierto los acontecimientos. Las fuerzas navales norteamericanas aprovecharían rápidamente sus ventajas de proximidad geográfica y superioridad numérica en buques para establecer un bloqueo sobre las islas de Cuba y Puerto Rico. Al mismo tiempo —con el fin de destruir los recursos militares españoles—, se harían ataques contra barcos mercantes y objetivos militares en las costas de España continental, Canarias y Filipinas.

En 1896, el Departamento de la Marina de los Estados Unidos formó un grupo de trabajo que terminó de perfilar dicho plan en diciembre, y ello, dos años antes de que Estados Unidos declarara la guerra a España. En él se especificaba que, mientras organizaban la invasión de Cuba, la escuadra del Pacífico comandada por William Kimball se dirigiría al Estrecho de Gibraltar en vez de a las islas Filipinas. Allí se uniría a la flotilla atlántica y ambas ocuparían conjuntamente algún enclave de las islas Canarias para atacar desde allí el tráfico mercante español.

Sin embargo, el presidente de la citada Escuela Naval de Guerra estadounidense, Henry Clay Taylor, aseguró que aquella acción contra España era una temeridad que implicaba la desprotección del Pacífico. Lo hizo en una carta abierta al secretario del Departamento de Marina en Washington D.C.: «No estoy de acuerdo con la sugerencia de hacer una pretenciosa aparición en aguas españolas dados los riesgos que conlleva una operación tan comprometida a 3.500 millas de distancia de nuestras bases. De llevar a cabo la maniobra, la intención sería proporcionar al poderío naval español una seria ofensiva. No soy de la opinión de que podamos infligir considerables daños a España. De ahí que insista en recomendar que toda la fuerza a disposición de Estados Unidos se concentre en Cuba».

Como subsecretario de la Armada en 1897, Theodore Roosevelt fue el primero en poner sobre la mesa del Gobierno de EE.UU. un plan de operaciones a seguir durante una guerra contra España. En él, una escuadra volante compuesta por cuatro cruceros rápidos hostigaría las costas del enemigo. Para concretar dicho plan, el Navy Department formó un grupo de trabajo que terminó un plan de acción ejecutivo el 17 de diciembre de 1896. En él se decía que mientras se organizaba la invasión de Cuba, la escuadra del Pacífico de William Kimball, en lugar de dirigirse a las Filipinas, lo haría a las aguas próximas al estrecho de Gibraltar, allí se uniría a la flotilla atlántica. Este poder combinado tendría que operar desde una base tomada en las islas Canarias, para desde allí atacar el tráfico mercante español. Esta era la primera propuesta formal que hablaba de capturar una de las islas. Sin embargo, según indica Amós Farrujia, este plan será abandonado por la posterior invasión a Filipinas.

LA GUERRA DE CUBA DE 1898.- Como señala el historiador español Alfonso García-Gallo, el interés manifiesto de los Estados Unidos por Cuba -en 1854 y 1873 ya habían tratado de comprarla a España por 120 y 150 millones de pesos, respectivamente- hace que en un principio presten su apoyo a los insurgentes cubanos, y que no bastando este, declaren la guerra a España el 18 de abril de 1898, acusando a ésta, aunque sin razón, de la voladura del crucero Maine, que se hallaba atracado en el puerto de La Habana. Este episodio decide el resultado del conflicto.

La destrucción total de la escuadra española en Santiago de Cuba el 2 de julio de 1898, obliga a capitular a las tropas españolas el 16 de julio siguiente. En el Tratado de paz de París (10 de diciembre de 1898), suscrito entre EE.UU. y España, ésta renuncia a sus derechos y soberanía sobre la isla de Cuba, que desde ese momento se constituye como República independiente bajo la protección de los Estados Unidos.

LA DEFICIENTE Y PRECARIA DEFENSA MILITAR DE LAS ISLAS CANARIAS.- A finales del siglo XIX, el archipiélago canario estaba protegido por una tropa bisoña y escasa, poco entrenada y débilmente artillada, con falta de provisiones y recursos —las piezas de artillería eran de hierro o bronce, no de acero, como era común en el resto de Europa— y un sistema defensivo anticuado, con pocas baterías y de baja calidad, concentradas principalmente en Tenerife y Gran Canaria, que solo se intentó mejorar gracias a unas instituciones civiles en quiebra.

El gobierno español, dirigido por Sagasta, envió algunos batallones para hacer frente a esa eventualidad. En realidad, las tropas despachadas eran insuficientes, y quizá hubiesen sido pertinentes para proteger una de las islas, pero en absoluto lo eran para el conjunto del Archipiélago.

Práxedes Mateo-Sagasta,
presidente del Consejo de Ministros de España

Sagasta era muy consciente de que España no tenía ninguna posibilidad de ganar una guerra contra EE.UU., y antes de que comenzase el enfrentamiento militar trató de alcanzar acuerdos diplomáticos que lo pudieran evitar. Sin embargo, el gobierno de EE.UU. no estaba interesado en nada que no fuese la anexión de las colonias españolas de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas.

Como ha apuntado Domingo Gari, en esas circunstancias, Canarias solo podía defenderse con la participación de una poderosa escuadra, que impidiese a los buques enemigos acercarse atacándolos en alta mar, estableciendo un perímetro marítimo a modo de muralla naval, que obstaculizase el avance de las escuadras enemigas. Pero nada de eso era posible. En la Guerra de Cuba, la armada española fue arrasada en Cavite, Filipinas, y en Santiago de Cuba. Después no quedó escuadra que pudiese defender las islas.

El presidente del Gobierno, Sagasta, en efecto, era consciente de las nulas opciones españolas, de ahí que estuviese dispuesto a firmar la paz una vez caída Cuba, para no seguir perdiendo las otras posesiones insulares de ultramar. No obstante, había una importante presión por parte de amplios sectores del ejército español para mantener la guerra al precio que fuese.

Las especulaciones sobre si los norteamericanos vendrían a las islas Canarias después de que hubieran ocupado Cuba y Puerto Rico estaban a la orden del día, y el consuelo era que se sintiesen satisfechos con lo conseguido en el Caribe y en Filipinas. No obstante, y a pesar de que la prensa sostenía que las islas centrales (Gran Canaria y Tenerife) estaban bien defendidas, y de las evidencias enormes que desmentían esa propaganda, el Gobierno se animaba a establecer puntos de vigilancia y de colocación de guerrillas por todos los perímetros insulares.

Un ejemplo paradigmático de la desprotección militar de las islas Canarias, lo ofrecía Santa Cruz de La Palma: el puerto, que antaño había presumido de contar con nueve baterías bien artilladas, debía defender un territorio de 700 kilómetros cuadrados y de 50.000 habitantes con dos compañías del Regimiento Luchana (221 soldados) y un destacamento de 21 artilleros con 4 cañones de campaña de 90 mm. 

Si bien las iniciativas para proteger Canarias se pusieron en marcha sólo un mes antes del estallido de la guerra entre España y Estados Unidos, el panorama seguía siendo poco halagüeño. Un telegrama emitido el 13 de mayo, con el conflicto ya en marcha, lamentaba que de 884 fusileros que formaban la unidad, solo había 773 fusiles disponibles.

El ejército español estaba desplegado en Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Esa enorme distancia geográfica hacía imposible defender Canarias por unas escuadras y una marina pobre y agotada. Por ello, la única esperanza para frenar la invasión, de producirse, parecía residir en la tradicional resistencia numantina. O al menos eso es lo que parecía transmitir el alcalde de Las Palmas en una intervención dirigida a sus vecinos: "Ante la amenaza de un insidioso ataque por parte de los pérfidos enemigos de España, es deber ineludible poner en juego todas nuestras actividades y energías para sostener enhiesta la gloriosa enseña nacional y defender palmo a palmo, si preciso fuere este pedazo de tierra bendita donde descansan las cenizas de nuestros mayores...".

En Santa Cruz, el alcalde mandó a que se colocasen bandos municipales por la ciudad llamando a la población para la defensa. Los destacamentos fueron enviados a proteger todo el frente de la ciudad. Piezas de baterías tiradas por animales hacían de unidades móviles por el frente marítimo.

Una de las voces más señeras de la Marina española en reclamar la urgente mejora de las defensas de Canarias fue el almirante Pascual Cervera y Topete. Debido a la superioridad naval de Estados Unidos, este militar creía que EE.UU. podía utilizar, en efecto, las islas como base de operaciones contra la Península Ibérica. "Bajo las presentes circunstancias, ¿esta flota debería ir a América o por el contrario debería proteger nuestras costas y las Canarias en previsión de cualquier contingencia?", se preguntaba al recibir la orden de defender la isla de Puerto Rico.

Mientras, en Canarias la población estaba muy asustada y cualquier barco que entraba en el muelle por la noche era imaginado como la escuadra estadounidense dispuesta para el ataque. La sospecha generalizada se instaló entre los habitantes de la ciudad de Las Palmas. Se llegó a decir que, si «los estadounidenses desembarcaban en la isla de Gran Canaria, las calles de la ciudad serán cubiertas de cuerpos de extranjeros».

Sin embargo, en el comienzo de las hostilidades con EE.UU., el gobierno de España pensaba que las islas Canarias no serían ambicionadas por los norteamericanos. Pero la evolución negativa de la guerra en Filipinas modificó ese parecer. Tras la batalla naval de Cavite, en Canarias se comenzó a pensar seriamente en la invasión. Los ciudadanos organizaron sus bultos apresuradamente y marcharon a las zonas interiores de las islas: «50 o 60 carruajes, con muebles, equipaje, etc. parten de la ciudad cada día» (Guimerá Ravina, 1989, p. 195). Sin interrumpir sus rutinas, la ciudad de Las Palmas estaba en una espera tensa esperando «el comienzo del bombardeo». Se habían colocado las baterías defensivas, listas para la acción. En Santa Cruz de Tenerife el puerto no se había minado por las dificultades que entrañan sus aguas profundas. El miedo se combatía con fiesta: «hay música casi todas las noches en la Plaza de la Constitución, que está llena de gente», aunque la ciudad entera se apagaba al llegar la medianoche.

Era evidente que el Archipiélago era difícil de defender en las condiciones de pobreza material y militar en la que se encontraba, además de ser un archipiélago de siete islas susceptibles de ataques y conquista. Lo más razonable era una defensa marítima que protegiese todo el perímetro, pero la flota española no estaba en condiciones de enfrentarse en mar abierto contra los buques norteamericanos.

Para el presidente del gobierno de España, no firmar la paz con los EE.UU. en el momento en que se encontraba la guerra en julio de 1898 tendría como consecuencia que todo fuese mucho peor más tarde. Aún existían condiciones para una paz honrosa, pero no las habría si se prolongaba el conflicto, que es lo que querían los generales españoles desplazados en Cuba y a Canarias, y en ese caso, España se abocaría a una derrota total.

EL CONFLICTO VISTO POR LA PRENSA.- Cuando se desató la guerra con los EE.UU., las islas se sintieron amenazadas por el gobierno de Washington ante los rumores propagados en prensa, que advertían que el presidente norteamericano, Mckinley, iría a por Canarias tras invadir Cuba y Puerto Rico.

Los articulistas de la prensa de las islas eran aguerridos partidarios de la guerra: «Cuando vengan, si vienen, (encontrarán) que los hijos del gran coloso tienen en sus pechos más fuego y más calor y más fuerza, que en un tiempo guardó en su seno su padre el Teide». Una prensa irresponsable, propiedad de integrantes de las clases altas, no ahorraba comentarios absurdos y sandeces (González, Cabrera y Fernández, 1986).

Por su parte, la prensa norteamericana hablaba sin tapujos sobre lo beneficioso que sería arrebatarles las islas Canarias a España. El plan que preveía The Sun consistía en ocupar Filipinas, a la que se le sacaría el rendimiento necesario para que dicha colonia del Pacífico terminase pagando los costos de la guerra en pocos años. «Podemos gobernarlas como territorios y gobernarlos bien». El mundo verá un importante aumento del comercio de Estados Unidos con las Filipinas y ello repercutirá muy favorablemente en todos «los estados de la Unión». "Deberíamos hacer lo mismo con Canarias, a menos que España recapacite en poco tiempo (...) imaginen el efecto sobre el extranjero que tendría la posesión de las Islas Canarias, respaldadas con fuertes fortificaciones y una buena flota. Las potencias europeas serían tan respetuosas y educadas como suelen serlo con Inglaterra." («Conquer and keep all Spain’s colonies» , The Sun04.05.1898, p. 6, recopilado por Domingo Gari).

En cuanto a la estrategia militar que se debía seguir para la defensa de las islas Canarias, destaca el diario La Opinión, editado en Tenerife. «Por lo que toca a Canarias el riesgo de un ataque puede presentarse en el momento menos pensado y hay que redoblar la actividad con que se trabaja en fortificar los puertos principales, en perfeccionar la instrucción de las reservas movilizadas, en instalar nuevas líneas [...] telegráficas o telefónicas, en acopiar recursos alimenticios que más adelante pudieran dificultarnos un bloqueo [...] convendrá entregar, si ya no se ha hecho, el armamento a los reservistas movilizados e instruirlos en su manejo todos los domingos en lugar de las dos veces al mes que se venía haciendo y por cierto que sin armas en varios puntos» (05.05.1898).

Pero la movilización de las milicias en Canarias para la defensa de las islas repercute negativamente en la actividad social y económica de la población. El periódico Diario de Avisos (21.04.1898) dice: «Al quedar los campos y talleres sin brazos a consecuencia del llamamiento a las armas de las reservas, miles de familias carecen del sustento que les proporcionaba el padre, el hijo, y el hermano, llorando en el solitario hogar, más que la ausencia del deudo querido, la falta del pan necesario para la vida [...] porque el hambre, a qué negarlo, comienza a sentirse entre las clases trabajadoras y es preciso, es de urgencia suprema evitarla a todo trance»

Por su parte, la presión sobre el gobierno español llevada a cabo por los periódicos norteamericanos pretendía traer una rápida resolución del conflicto. Amagaba con ataques a otros archipiélagos más cercanos, si no se firmaba pronto la paz. La prensa neoyorquina hablaba a mediados de mayo de que las islas Canarias, la isla de Fernando Poo (en la colonia de Guía Ecuatorial) y las Baleares podrían ser objeto de una ocupación militar tras la conquista de Puerto Rico, Cuba y Filipinas. España vería así comprometidos todos los territorios extrametropolitanos, que seguía poseyendo antes de la finalización de la guerra en curso con los Estados Unidos.

En la prensa canaria, el diario La Opinión, editado en Santa Cruz, un representante de la oligarquía tinerfeña, reflejaba una crítica antigua de las clases dirigentes insulares. La queja por el abandono en que se mantenía a las islas, olvidadas del todo, mientras España tuvo colonias más ricas y productivas a las que prestar su atención, lo que se convirtió en una letanía constante. "Todos saben que las circunstancias porque hoy atraviesa España son terribles, que parte del conflicto que la abruma tiene origen en la falta de previsión por parte de los Gobiernos; que nuestro Archipiélago, aislado en medio del océano, distante de la madre patria, apetecido por su cielo, y por su suelo ha debido ser más atendido en fortificaciones para evitar las actuales premuras". (A.P.Z. «La alarma», en La Opinión10.05.1898, p. 1, recopilado por Domingo Gari).

En el transcurso de la guerra, en aquel año de 1898, la prensa norteamericana advertía que con la caída de Santiago de Cuba y la pérdida de la escuadra del almirante Cervera se pondría punto y final a la guerra, porque no habría opción de continuar la lucha por parte de España, una vez ganada la batalla de los mares. 

Los estadounidenses estimaban enviar un aviso al gobierno de Madrid respecto a la suerte de las islas Canarias si no se avenía pronto a firmar la paz y dar por perdidas las islas del Caribe. «Este gobierno está considerando la conveniencia de extender sus conquistas a Canarias» para hacerle ver al gobierno español la inutilidad de proseguir la guerra en el interior de la isla de Cuba («Hoping for an early peace», The Sun, 07.07.1898). Por tanto, los norteamericanos opinaban que era necesario transmitirle al gobierno español que de no firmar una pronta rendición, la guerra se extendería a otros territorios. «Nuestro deber es hacer la paz haciendo la guerra», escribía el diario The Sun.

EL TRATADO DE PARÍS.- El conflicto entre EE.UU. y España concluyó con la firma del Tratado de París en diciembre de 1898, en el que España perdió los territorios de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, así como la isla de Guam. 

A fines de julio de ese año de 1898, y todavía en plena guerra, España ya había comenzado a negociar el fin de las hostilidades, mediante la intermediación del embajador francés en Washington D. C., Jules Cambon.

España temía, en efecto, que el conflicto se trasladara al otro lado del Atlántico y se pusieran en peligro las islas Canarias, las islas Baleares y las demás posesiones españolas en el norte de África y en la Guinea Española.

Aunque durante las negociaciones España intentó incluir numerosas enmiendas, finalmente no tuvo más remedio que aceptar todas y cada una de las imposiciones estadounidenses, puesto que había perdido la guerra y era consciente de que el superior poderío armamentístico de EE.UU. podría poner en peligro otras posesiones españolas en Europa (islas Baleares) y África (Ceuta, Melilla, islas Canarias o la colonia de Guinea Ecuatorial).

Tras el final de las conversaciones sobre los asuntos cubanos, aparte de Cuba, por supuesto, Estados Unidos también impuso que España le entregaría la isla de Puerto Rico, así como la venta de las Filipinas y la isla de Guam a los Estados Unidos por un importe de 20 millones de dólares.

Pero la cesión de las Filipinas determinó, además, la suerte de los archipiélagos de las Carolinas, Marianas y Palaos que España tenía en la Micronesia, en el Océano Pacífico, con más de cinco mil islas e islotes de reducida extensión, que se los anexionaría Alemania, alegando de que España no tenía una efectiva posesión y ocupación de esos territorios. Ello se formaliza en el Tratado de Madrid de 12 de febrero de 1899, donde España cede a Alemania la plena soberanía y propiedad sobre las islas Carolinas, Palaos y Marianas  por 25 millones de pesetas, (excepto la de Guam, cedida a EE.UU. en el citado Tratado de París).

El tratado se firmó en París entre España y Estados Unidos y, aunque no mencionaba específicamente a las islas Canarias, sí que marcó un hito en la historia de España al finalizar su imperio colonial en América, en Asia y en Oceanía (el Desastre del 98 y su repercusión en la conciencia nacional española). Canarias, en efecto, permaneció al margen del frente de guerra y del Tratado de París, aunque por poco estuvo a punto de convertirse en escenario de combate y quizás, en pasar a ser un territorio de los Estados Unidos. Pero aunque este episodio de la amenaza de invasión de EE.UU. ha quedado prácticamente en el olvido, el mismo vuelve a demostrar la importancia estratégica de las islas Canarias en la historia. 

Pedro R. Castro Simancas, 16.06.2025.
Festividad de San Ferrucio de Besançon.

Fuentes: 

ESTÉVANEZ MURPHY, Nicolás (1903): "Mis Memorias" publicadas en la antología Nicolás Estévanez. Obra escogida, Edirca, Las Palmas de Gran Canaria, 1985.

FARRUJIA COELLO, Amós (2014): "Planes de invasión de las islas Canarias en 1898" en Revista de Historia Canaria, nº 196, pp. 161-183, Universidad de La Laguna, 2014.

GARCÍA-GALLO DE DIEGO, Alfonso (1977): Manual de Historia del Derecho español. El origen y la evolución del Derecho, Artes Gráficas y Ediciones, S. A., Madrid, 1977.

GARI-MONTLLOR HAYEK, Domingo (2024): "Islas al viento. Cuando los norteamericanos quisieron Canarias" en Atlántida. Revista Canaria de Ciencias Sociales, nº 15, pp. 49-67, Universidad de La Laguna, 2024.





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