Tenerife: La crónica de cuando el padre de Oscar Wilde asciende al Pico Teide en 1837.
Sir William Robert Wills Wilde (1815-1876) nació en el Condado de Roscommon (Irlanda), y fue autor de la obra "Narrative of a voyage to Madeira, Teneriffe and along the shores of the Mediterranean", publicado en 1840, de la que existe una edición española bajo el título de Viaje de William Wilde en 1837 por La Coruña, Lisboa, Madeira, Tenerife y Gibraltar, bajo la traducción y comentarios de Pedro-Nolasco Leal Cruz, 2020 (Ed. Vereda Libros, La Orotava).
William Robert Wills Wilde, que fue padre del célebre dramaturgo Oscar Wilde (1854-1900), en su viaje por el Atlántico llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife el 7 de noviembre de 1837, a bordo del buque The Crusader, de 130 toneladas, como asistente médico del millonario y enfermo de tuberculosis, Mr. Robert William Meiklam, que era el propietario del yate.
De hecho, dicho libro de viajes sobre Tenerife and along the Shores of then Mediterranean, tuvo un gran impacto entre los médicos ingleses, al recomendar al Puerto de La Orotava y el Valle de Güímar como lugares ideales para que los enfermos pulmonares se pudieran sanar, recomendando que Tenerife era el lugar ideal para establecer un centro médico-turístico (un Health Resort).
Profesionalmente fue un cirujano otorrino y oftalmólogo, además del autor de importantes obras sobre medicina, viajes, arqueología y folklore, especialmente en relación con su Irlanda natal, aunque actualmente es más conocido por ser el padre del literato Oscar Wilde, personaje que le ha superado en fama y popularidad.
SU VIDA Y FAMILIA.- El médico William Robert Wills Wilde, como hemos anticipado, nació en la localidad de Kilkeevin, cerca de Castlerea, en el Condado de Roscommon (Irlanda) y comenzó su educación primaria en la Escuela Diocesana de Elphin, en el Condado de Roscommon, y posteriormente, en 1837, consiguió su titulación en Medicina en el Royal College de Cirujanos de Irlanda.
El Dr. Wilde vivió en una época de cambios, pues nació en el año de la batalla de Waterloo, estudió en la época del robo de cadáveres, trabajó durante los horrores de la hambruna irlandesa y presenció el nacimiento de la cirugía antiséptica. Sus años de mayor esplendor marcaron el auge de la medicina dublinesa y fue considerado el «padre de la otología» (el primero en fundamentar científicamente la cirugía auricular).
Wilde contrajo matrimonio con la poeta Jane Francesca Agnes Elgee en 1851, que escribía y publicaba bajo el pseudónimo de Speranza. La pareja tuvo dos hijos: Willie y Oscar Wilde, y una hija, Isola Francesca, que murió durante la niñez.
Se cuenta que Wilde tenía fama de ser el "hombre más sucio de Dublín", lo que llevó a George Bernard Shaw a comentar que Sir William estaba "más allá del agua y del jabón, como su hijo nietzscheano estaba más allá del bien y del mal".
El doctor Wilde murió a los 61 años en 1876, y se halla enterrado en el cementerio Mount Jerome de Dublín. Un busto de yeso del Dr. Wilde, obra de autor desconocido, se exhibe en el Royal Victoria Eye & Ear Hospital de Dublín en su recuerdo. La Casa Moytura, donde vivió, aún se halla en pie en Dublín, haciendo sido propiedad de Dave Howell Evans, conocido como The Edge, guitarrista y teclista del grupo irlandés de rock U2.
SUS RELACIONES EXTRAMATRIMONIALES.- Mr. Wilde fuera de su matrimonio, fue padre de un niño (Henry Wilson) y de dos niñas (Emily, n. 1847, y Mary, n. 1849), que fueron criadas por su hermano, el reverendo Ralph Wilde, las cuales murieron en un trágico incendio accidental en 1871.
Como consecuencia de sus escarceos amorosos, se vio involucrado en una demanda judicial interpuesta por su esposa contra la señora Mary Josephine Travers (con quien el Dr. Wilde mantuvo una aventura amorosa cuando ella era paciente de oído, entre 1854 y 1860, y quien escribió un panfleto difamatorio en el que lo presentaba como el Dr. Quilp, con acusaciones de violación de una paciente bajo los efectos del cloroformo). Por sentencia judicial, Mary J. Travers recibió una indemnización de medio penique y unas 2.000 libras esterlinas en costas contra Wilde en diciembre de 1864.
AFAMADO MÉDICO.- William Wilde tuvo mucho éxito en el ejercicio de la medicina, siendo ayudado más tarde por su hijo ilegítimo, Henry Wilson, que había estudiado medicina en Dublín, Viena, Heidelberg, Berlín y París.
Le fue otorgado el título de caballero en 1864 por su contribución a la medicina y su implicación en la elaboración del censo de la población en Irlanda, pues había sido nombrado comisario médico del censo irlandés de 1841. Dirigió su propio hospital -el Hospital Oftalmológico de San Marcos para Enfermedades del Ojo y el Oído- fundado en Dublín y fue elegido para desempeñar la función de oculista, nada menos que de la Reina Victoria. En un momento dado, incluso Wilde operaría al padre de otro famoso dramaturgo irlandés, George Bernard Shaw.
Precisamente la presencia y apoyo de su hijo Wilson dio a Wilde la oportunidad de nuevo poder viajar ya de mayor, llegando a visitar Escandinavia. En Uppsala (Suecia) recibió un grado honorífico por sus conocimientos médicos, y fue recibido en Estocolmo por el Rey Carlos XV de Suecia que le otorgó la Nordstjärneorden (Order of the North Star).
UN VIAJE A TENERIFE.- En su juventud gustó de los viajes científicos; era además un verdadero amante de la vida y sus placeres. En el año 1837 emprende un viaje por España y algunos otros lugares del Mediterráneo, pasando por Galicia y por las islas Canarias. Nada más llegar a Tenerife, subió al pico Teide, una iniciativa obligada para cualquier extranjero que pasara por la isla. De este viaje luego narra sus experiencias en el citado libro impreso en 1840, y que se trata de una interesante narración de ese viaje a Tenerife y a los otros lugares visitados por Galicia y Portugal. Después se estableció en la ciudad de Dublín, donde enseguida destacó como médico, escritor y filántropo.
Fue por su profesión médica, buscando buenos lugares saludables, que se dirigió a la isla de Tenerife en el año 1837, con tan solo veintidós años. Iba a bordo del citado The Crusader, una goleta de 130 toneladas que era propiedad del Sr. Robert W. Meiklam, un comerciante escocés tísico de Glasgow. Meiklam contrató a Wilde para realizar ese viaje por el Mediterráneo y alrededor de las islas macaronésicas de Madeira y las islas Canarias en busca de una cura milagrosa para su tuberculosis.
El joven William lo pasó fatal debido a su irremediable mareo. Sin embargo, logró escribir un relato detallado de su experiencia en la citada obra titulada con esta larga descripción: "Narrativa de un viaje a Madeira, Tenerife y las costas del Mediterráneo, incluyendo una visita a Argel, Egipto, Palestina, Tiro, Rodas, Telmeso, Chipre y Grecia. Incluye observaciones sobre el estado actual y las perspectivas de Egipto y Palestina, así como sobre el clima, la historia natural, las antigüedades, etc., de los países visitados", obra que efectivamente aparece publicada en Dublín en 1840. Sus observaciones fueron de gran interés, no solo para los futuros visitantes de las islas Canarias, sino también para los médicos y los científicos de la época que tenían interés en visitar la isla de Tenerife. Él y muchos otros científicos y viajeros de las Islas Británicas en el siglo XIX, publicaron artículos y libros sobre las islas españolas, por lo que pueden considerarse benefactores literarios de las islas Canarias, primero como balneario de salud y luego como un maravilloso e interesante destino vacacional.
Al respecto, de los más famosos viajeros británicos que llegaron a Tenerife en el siglo XX, en busca de buen clima y de aventura, puede consultarse el artículo de este Blog publicado el 19.09.2024, pinchando en el siguiente enlace: Viajeros británicos famosos en Tenerife.
LLEGADA Y BREVE ESTANCIA EN SANTA CRUZ.- Poco después de que The Crusader fondeara en la bahía de Santa Cruz, Wilde se despidió del buque y fue llevado en bote a tierra, mientras su patrón y su equipaje se preparaban para un largo viaje en diligencia hasta el Valle de la Orotava. El joven médico no se mostraba muy amable con Santa Cruz en sus escritos. Lo único que le parecía medianamente interesante eran las banderas, la cruz y otros objetos de Horacio Nelson, entregados a la ciudad tras la derrota del almirante a manos de la guarnición de Santa Cruz y el general Gutiérrez en el año 1797. Describió el puerto como uno de los lugares más áridos que jamás había pisado, como así fue, hasta que las generaciones futuras lo poblaron de los ricos parques y las amplias avenidas arboladas que hoy ostenta la capital de Tenerife.
El Cronista oficial de Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Ledesma Alonso, en el diario El Día el 11.02.2024, da a conocer una parte de esa narración, en la que se refiere a su estancia en la ciudad de Santa Cruz antes de partir para La Laguna y el Puerto de la Orotava. Esto escribió Wilde sobre una parada en el Puerto de Santa Cruz de Tenerife:
"Nuestro barco se hizo a la vela desde la rada de Funchal el 5 de noviembre de 1837 y a la mañana del día siguiente ya teníamos una vista momentánea del pico de Tenerife, aunque el tiempo se volvió brumoso y nos impidió distinguir claramente su vigoroso y accidentado contorno. Se nos hizo de noche cuando doblamos la Isla por los roques de Anaga, lugar donde el viento disminuyó y nos dejó balanceando en el fuerte oleaje que rodea esta costa de hierro forjado; de repente, en nuestro entorno surgieron unas luces que pasaban rápidamente como meteoros. Eran barcas de pescadores con unos hachos de tea encendidas para atraer a los peces. Las caras arrugadas de los pescadores, sucias por el humo, con sus largas gorras escarlatas, parecían espíritus del poderoso piélago preparando la tempestad, cuando aparecían en la cresta de la ola montañosa y luego se hundían rápidamente.
A las 10 horas del día 7 de noviembre echamos anclas en la bahía de Santa Cruz, la cual era mucho mejor que la de Funchal para permanecer anclados. Después de desayunar desembarcamos en el muelle donde Nelson perdió su brazo en el desgraciado acontecimiento de 1797. La primera visita fue al cónsul, quien, asumiendo toda la importancia de su cargo, te hace desfilar ante los gobernadores y autoridades civiles, militares y de marina, lo que hace que se sienta muy importante y, según él, contribuya enormemente al honor de la vieja Inglaterra.
La ciudad, cuidadosamente enjalbegada de blanco, tiene buena apariencia, pero su entorno es estéril y yermo. Este aspecto singular, común a todas las islas volcánicas, se hacía entonces más notable debido a la estación en la que nos encontrábamos, ya que no había llovido desde hacía seis meses. Incluso las grandes plantas suculentas, que brotaban aquí y allá entre las rocas, habían perdido el verdor que originalmente pudieron haber tenido.
A la derecha, la tierra es alta y quebrada en barrancos, bajando hasta la orilla del mar sin nada que alivie la vista, excepto la blanca línea del acueducto que suministra agua a la ciudad y que serpentea su curso en medio de las montañas. A la izquierda, la costa se inclina gradualmente hacía el sur, desprovista de todo, salvo de piedras, lava y basalto.
La ciudad de Santa Cruz es limpia. En el centro hay una plaza bonita, llamada de la Constitución. En ella está la célebre estatua de la Virgen de Nuestra Señora de Candelaria, de buena ejecución y de fino mármol de Carrara. No pude averiguar porque los cuatro reyes guanches que están situados como soportes del pedestal, lleva cada uno un fémur en sus manos. Sólo uno de estos reyes disfrutaba de su nariz, pues las otras tres se pueden encontrar en la colección de curiosidades de nuestros guardiamarinas.
Las casas de esta colonia española son grandes y bien construidas. Tienen un patio en el centro, rodeado de galerías, y bonitas fuentes que funcionan a gran altura, lo que los hace húmedos y frescos. Cerca del muelle se encuentra un bonito paseo público, en el que crecen plantas espléndidas, como la datura fastuosa (trompeta del diablo), con sus hermosas flores semidobles de color púrpura, alcanza un gran tamaño, y la poinciana pulcherrima (flanboyant), uno de los arbustos más espléndidos que adornan la ciudad.
Fuimos a visitar la iglesia [de la Concepción] donde se exhiben las banderas que fueron tomadas en el ataque de Nelson. Tengo que confesar que nunca había sentido tanto deseo de robar como cuando vi esa bandera, en la que nunca se pone el sol, colgada como un trofeo en un país extranjero. Sin embargo, al preguntar, nos enteramos de que no fueron tomadas esa noche, sino que fueron encontradas en la orilla del mar, donde nuestros botes se hicieron pedazos.
La gente de Santa Cruz es bien parecida. Las mujeres son las más guapas que he visto desde que abandoné Inglaterra. Todas llevan mantilla, fabricada con lana blanca de la mejor calidad, elegantemente adornada con un ancho ribete de raso que le cae por delante; sin embargo, este efecto elegante queda bastante estropeado al llevar un sombrero negro, adornado con cintas de diversos colores. Generalmente son altas y maravillosamente formadas, poseyendo toda la elegancia española combinada con la atracción personal inglesa. Los hombres son de una especie hermosa y robusta, todos los hombres van envueltos en una capa singular, una buena manta con una cinta en lo alto para atársela al cuello. Esta primitiva prenda de vestir parece tan vieja como los guanches. Los que se dedican a embarcar vino o hacer trabajos manuales, generalmente están semidesnudos.
Encontramos numerosos camellos caminando de forma lenta y penosa, con sus cargas de madera de pino o de piedra caliza o bien esperando sus cargas, pacientemente arrodillados. Estos animales pisan el suelo de forma tan silenciosa que la ley obliga a los propietarios a ponerles una campanilla para avisar de su aproximación.
Los barriles de vino se bajan rodando desde las bodegas hasta la abrupta orilla, donde un robusto nativo lo empuja sobre los guijarros de la playa, lo sumerge en la furiosa marejada, y lo lleva flotando hasta el navío, situado a varios cientos de yardas afuera.
Cuando salí a caminar por las montañas de los alrededores, donde había buenos huertos de papas que estaban empezando a florecer y que anunciaban buenas cosechas, observé la euphorbia canariensis (cardón), que alcanza un tamaño enorme y que parece un gran candelabro. Para que se hagan idea de la virulencia del veneno de esta planta, les hice algunas incisiones para que rezumara el jugo lechoso, una pasta amarillenta, como cera. Luego me puse en la lengua la punta de la navaja que había utilizado e inmediatamente sentí un calor intenso, una sequedad y una sensación ardiente en la faringe, en el fondo de la garganta y en el esófago, sintiéndome tan débil que me arrastré para poder llegar a la ciudad. Al reconocerme el médico, no observó ninguna rojez o inflamación y a las tres horas los síntomas disminuyeron; sin embargo, me dejaron una ronquera durante varios días.
El paisaje que nos encontramos en los alrededores de Santa Cruz es de una imponente grandeza. Los lechos de los barrancos están completamente secos y las montañas se elevan cortadas a pico, desprovistas de cualquier muestra de vegetación, excepto unos pocos cactus y cardones.
Las grandes hojas de cactus tenían una apariencia marchita, debido a la extrema sequía. Sobre esta hoja se cultiva la cochinilla, la cual fue importada de América en 1799 por Juan de Megliorini. La cochinilla se recolecta cada dos años, dejando cierto número de insectos en las plantas para continuar la especie. Para hacerlo, se sujetan uno o dos pequeños insectos en una bolsa de muselina fina y luego se le pega en las espinas de la planta. Cerca de la ciudad existen diversas plantaciones, aunque se podrían cultivar más, pero la fruta del cactus (el higo pico o chumbo) es un artículo alimenticio que gusta a los nativos.
Las plantas con las que se obtiene la barrilla aún no habían crecido, aunque en el muelle había grandes bolsas del liquen que se usa como tinte, recogido de las rocas. Cuando baja la marea, los habitantes más pobres se reúnen en la costa para coger jibias (pulpos), que allí existen en gran abundancia. Para cogerlas, uno de los animales se ata en la punta de un palo y lo meten en las grietas de las rocas. Cuando hacen su aparición para atacar al que está en el palo, el pescador lo coge con las manos. Por la noche, la playa estaba iluminada por los pescadores que buscaban estos pulpos."
ESTANCIA EN EL PUERTO DE LA CRUZ.- De camino al Puerto de la Orotava, decidieron detenerse unos días en San Cristóbal de La Laguna. El aire era fresco comparado con el calor polvoriento de la costa. Además, el accidentado, serpenteante e interminable viaje en coche cuesta arriba había sido demasiado para el Sr. Meiklam, tan pronto después de tantos días en el mar. Wilde describió la ciudad de La Laguna, el primer y principal asentamiento de Tenerife desde la época de la conquista en 1496, como hermosa pero bastante desolada, sin apenas un alma en sus calles.
Los viajeros se maravillaron al vislumbrar por primera vez el Valle de la Orotava desde el pueblo de Santa Úrsula, sobre todo cuando la nube se evaporó repentinamente, dejando al descubierto el pico de El Teide al fondo. Un majestuoso y endémico pino canario, el Pinus Canariensis, también llamó la atención de Wilde, quien se llevó semillas a su tierra de Irlanda. Parece que ejemplares de este árbol crecían maravillosamente en el jardín botánico del Trinity College de Dublín.
Wilde y su millonario amigo escocés se alojaron en el encantador pueblito de Puerto de la Orotava, que ahora se llama Puerto de la Cruz. El joven médico describió las casas como bien construidas con piedra volcánica, encaladas y rematadas con tejas romanas. También notó la agradable brisa marina y la agradable temperatura, comparadas con la bruma de Santa Cruz y la humedad de La Laguna. Pero, al igual que en La Laguna, descubrió que la gente evitaba estar en las calles, especialmente las mujeres, que preferían asomarse con curiosidad tras unos pequeños postigos, cerrándolos bruscamente si alguien se volvía demasiado impertinente. Pero Wilde comentó que, cuando las mujeres canarias salían y siempre acompañadas, las jóvenes eran sin duda las más atractivas que había visto desde que dejó Irlanda. Como tantos otros, el clima del Valle de la Orotava le pareció ideal para curar problemas de salud, especialmente los pulmonares, y la salud del Sr. Meiklam pareció mejorar durante su estancia.
Cuando no atendía al Sr. Meiklam, el joven médico irlandés pasaba las horas investigando. Reunía ejemplos de flora local, piedras inusuales e incluso la cochinilla en las palas de las chumberas, cuyo tinte fue antaño el principal producto de exportación de la isla.
Al respecto de la cochinilla y del cultivo de esta planta, puedes consultar nuestro artículo publicado el 24.03.2025 en el siguiente enlace: La Higuera de Indias llega a Canarias.
ASCENSO AL PICO TEIDE.- Robert Meiklam le dio tiempo para explorar y el irlandés contrató a Cristóbal El Mayor, un arriero formidable, también conocido como El Gomero, como guía para que lo acompañara hasta la cima del Teide. También llevó consigo a otro espléndido compañero hercúleo a quien había conocido en la playa, en el Puerto de la Cruz, simplemente por su maravilloso sentido del humor. Como equipaje, llevó una botella de vino que le regaló el cónsul británico.
Sobre las expediciones al Teide, puedes consultar este artículo de mi Blog: Primeras expediciones al Teide.
Hay que señalar que en el desarrollo de las expediciones al Teide durante todo el siglo XIX jugaron un papel muy importante estos arrieros, magníficos guías como conocedores que eran del terreno, de los elementos populares para la identificación del tiempo y de sus cambios, que les permitían aconsejar a los viajeros sobre los posibles problemas y dificultades con las que se podrían encontrar en aquellas altitudes. Así, algunos viajeros relatan el gran acierto en sus pronósticos climáticos; por ejemplo, en determinada ocasión los arrieros requirieron a los viajeros que se retirasen rápidamente de Las Cañadas en un día que se mostraba bueno, pero no tardaron pocas horas en comenzar un gran temporal. También, se opusieron a subir al Teide en determinadas fechas, ante las posibles inclemencias atmosféricas.
Después de encontrar a los ayudantes para llevar el avituallamiento, el material para las observaciones y acordar el valor económico del trabajo de los arrieros, los viajeros estaban preparados y solían iniciar la expedición al día siguiente. Los arrieros son descritos como personas fuertes, alegres, con gracia, cantantes esporádicos, ágiles en la caminata. Entre ellos aparece Lorenzo, que sirvió a la viajera británica Olivia Stone. Sin embargo, en algún momento, aparecen opiniones respecto a otros arrieros sobre su escasa predisposición para ir por determinadas rutas, a no querer permanecer demasiado tiempo o, incluso, oponerse a subir el último tramo antes de llegar a la cima del volcán. Especialmente, es el propio Humboldt quien lo critica, pues sus guías parece que no habían pasado nunca de La Rambleta.
En el caso del ascenso de Wilde, parece que tardaron solo veinte horas en llegar a la punta del Teide desde el Puerto de la Cruz (desde luego, toda una hazaña). Aún en la cima, de regreso, el guía los condujo a lo que se conoce como la cueva de hielo.
En efecto, la Cueva de Hielo de Tenerife es un tubo volcánico de cuarenta y ocho metros de largo y nueve de alto, situado a 3.350 metros de altura. La entrada a la cueva es un profundo agujero vertical a tres cuartas partes de la altura de la cara norte del volcán. Conduce a una vasta cavidad que, incluso con el calor de agosto, pero menos hoy en día, con el calentamiento de la Tierra y la menor cantidad de nieve en los inviernos, esconde charcas de agua helada y hielo duro como una roca.
Esta cueva, conocida ya desde hace siglos por los moradores de Tenerife, servía de proveedor de hielo a los habitantes de La Orotava y El Puerto de la Cruz cuando, allá por los finales del siglo XIX y primeros años del XX, se desplazaban hasta la cueva en burros o mulas, y entrando en la cueva por una larga escalera de troncos, sacaban la nieve y la cargaban en sus monturas para bajar otra vez y abastecer de hielo las casas y negocios que lo compraban.
En efecto, antes de la llegada de los refrigeradores modernos en la segunda mitad del siglo XX, se pagaba a los recolectores de hielo para subir a Las Cañadas y bajar con mulas cargadas del hielo extraído de aquellas cavidades volcánicas como esta de la Cueva del Hielo, en las faldas del Teide, hielo que luego se vendía en las casas ricas del Valle de La Orotava. El transporte se realizaba de noche para reducir el riesgo de deshielo, sobre mulas y en bloques forrados con paja, helechos y sacos. Era un trabajo duro ya que tenían que descender para distribuirlo en las primeras horas de la mañana en aquellas casas que se lo demandaban.
Fuentes:
GARCÍA PÉREZ, José Luis (2003): "Galicia bajo la mirada romántica de un viajero victoriano. William Robert Wills Wilde (1815-1876)", en El inglés como vocación: homenaje al profesor Miguel Castelo Montero, (coord. por Antonio Raúl de Toro Santos y María Jesús Lorenzo Modia), pp. 257-268, Ed. Universidade da Coruña, 2003.
GONZÁLEZ LEMUS, Nicolás (2012): "De los viajeros británicos a Canarias a lo largo de la historia" en Anuario de Estudios Atlánticos, pp. 61-104, Casa de Colón, Las Palmas de Gran Canaria, 2012.
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